Poner límites en el trabajo (sin culpa): un acto de respeto
¿Y si poner límites no fuera egoísta, sino generoso?
Muchas personas, especialmente quienes han crecido en entornos corporativos exigentes, sienten que decir “no” o marcar un límite es sinónimo de conflicto, deslealtad o falta de compromiso. Pero, ¿qué pasa cuando siempre decimos que sí? ¿Cuánto cuesta esa disponibilidad absoluta en energía, motivación o salud?
Hoy te invito a mirar los límites de otra forma: no como una barrera, sino como una herramienta de cuidado. De ti, y también de los demás.

1. El mito del “buen profesional” siempre disponible
Desde pequeños se nos refuerza que ser responsables implica cumplir con todo lo que se nos pide. En el mundo corporativo, esto se traduce muchas veces en horas extras, asumir tareas fuera de nuestro rol, o anteponer la urgencia del equipo a nuestras propias necesidades.
Esto alimenta el mito del buen profesional como alguien que siempre está disponible. Y con él, aparece un sistema de creencias que castiga el límite como un gesto de rebeldía o desinterés.
👉 Pero poner límites no es una forma de separarnos: es una forma de vincularnos con honestidad.
2. Poner límites como un acto de respeto (y no de confrontación)
Cuando marcas un límite con claridad:
Le estás diciendo al otro qué puede esperar de ti.
Te estás diciendo a ti que tus necesidades son importantes 🎯.
Estás construyendo relaciones más auténticas y equilibradas, donde hay espacio para ambas partes.
El límite, lejos de ser un muro, es una frontera que delimita el respeto. No es contra el otro, es a favor de una relación sostenible.
3. Firmeza + empatía: la fórmula para límites sostenibles
La clave no es endurecernos ni volvernos inflexibles. Se trata de combinar firmeza (decir lo que necesitas) con empatía (reconocer lo que el otro puede sentir).
Ejemplos concretos:
“Ahora no puedo asumir otra tarea, pero puedo ayudarte a buscar una solución.”
“Prefiero que revisemos esto mañana, así podré estar más enfocada.”
“Necesito terminar a mi hora hoy para poder descansar bien. Mañana retomamos con más claridad.”
Cuando hay claridad, baja la tensión. Cuando hay respeto, sube la colaboración.
4. ¿Y la culpa? Cómo trabajarla cuando aparece
La culpa suele ser una señal de que estamos rompiendo un patrón aprendido. No tiene por qué ser un indicador de que lo estemos haciendo mal, sino que puede que estemos haciendo algo nuevo.
💡 Tres microacciones para trabajar la culpa al poner límites:
Nombrar lo que sientes sin juzgarte: “Me siento culpable, pero eso no significa que esté haciendo algo malo.”
Recordarte la intención detrás del límite: “Estoy cuidándome para poder seguir aportando valor desde un lugar más sostenible.”
Celebrar pequeñas victorias: Cada vez que marcas un límite, reconocételo. Estás construyendo una nueva forma de estar en el trabajo.
5. Un recordatorio final: sin límites, no hay vínculo real
Decir que sí a todo puede parecer más cómodo a corto plazo, pero muchas veces genera frustración, desgaste y relaciones poco claras. Poner límites, en cambio, puede generar conversaciones incómodas al principio, pero relaciones mucho más honestas a largo plazo.
Poner límites no te aleja. Te acerca desde lo auténtico.
Nueva sección: hablemos de sesgos
Desde ahora trataré de incluir un apartado final en cada artículo donde te pueda compartir un sesgo cognitivo distinto cada vez. Tener presente que nuestro cerebro nos hace algunas trampas, te puede resultar muy útil en el día a día.

🧠 Sesgo de la semana: el sesgo de confirmación
El sesgo de confirmación es la tendencia a buscar, interpretar y recordar información que confirma lo que ya creemos, ignorando o restando importancia a lo que lo contradice.
Es un sesgo muy común y muy silencioso. Funciona como un filtro: no vemos la realidad, sino lo que encaja con nuestra narrativa previa.
Si creo que “los demás no valoran lo que hago”, tenderé a fijarme justo en esa reunión en la que no me dieron feedback. Si pienso que “no soy buena tomando decisiones”, recordaré los errores y no los aciertos.
Este sesgo refuerza creencias que quizás ni siquiera hemos elegido conscientemente, pero que siguen condicionando cómo interpretamos nuestro día a día.
¿Cómo empezar a romperlo?
El primer paso es dudar con curiosidad de tus propias certezas. No para invalidarte, sino para abrir nuevas posibilidades.
Haz un experimento mental: Piensa en una creencia que repites a menudo (“nunca me tienen en cuenta”, “no se me da bien esto”) y escribe tres hechos recientes que no la confirmen. Aunque te parezcan pequeños o casuales, anótalos. Entrenar esta mirada amplía tu campo de percepción.
Observa tus reacciones ante la información que no encaja. ¿La descartas rápido? ¿La relativizas? ¿Te incomoda? Esa resistencia es señal de que el sesgo está actuando. Quédate ahí un momento antes de descartarla.
Rodéate de otras perspectivas. Conversar con personas que ven las cosas de otro modo no es una amenaza, es una oportunidad. Puedes no estar de acuerdo, pero exponerte a otras formas de pensar debilita el sesgo.
Trabajar con el sesgo de confirmación no es cambiar de opinión de golpe, sino hacerle espacio a lo que normalmente no dejarías entrar. Es ahí donde empiezan muchas transformaciones.
Gracias Carmen. "El arte de limitar" . Administrar tiempo, esfuerzo, energía, salud física y mental, parece vital para no desfondarnos especialmente a medio y largo plazo. Aunque hay que gestionarlo en corto.
Me parece que el problema no es tanto no saber poner límites, sino todo lo que se activa cuando lo intentamos: culpa, miedo, sensación de estar fallando... A veces poner un no en la agenda cuesta más que rellenarla de cosas que no queremos hacer.